Cuando mi mamá hacía salsas le quedaban ¡buenísimas!, trataba de no hacerlas muy picantes para que pudiéramos comerlas pero aún así picaban, ya después cuando yo hacía las mías me quedaban fatales, sin sabor, sin chiste, o sea, sin ese toquecito que te hace seguir comiendo...ella cocinaba teniendo una meta muy clara: que sus hijos comieran de forma balanceada, no tenía recetas ni estudios de cocina, cocinaba por amor a sus hijos, cocinaba pensando la forma de darles aquello que los haría crecer y desarrollarse para vivir en el mundo, aunque muchas de esas recetas a mi no me gustaban, me tenía que comer todo "porque aquí no es restaurante", decía... y varias frases por el estilo...
Aún con este antecedente, yo no atinaba a "descubrir" cual era su verdadera motivación, ya que nunca la vi cocinar de malas, aunque si apurada porque tenía que dejar la comida hecha para irse a trabajar...
Hace poco tiempo, más por necesidad que por gusto (olvidando por años la "actitud" de mi madre al cocinar), intenté nuevamente a hacer las salsas, el resultado: una salsa comible y hasta ahí...pero bueno, al menos tenía salsa...
Conforme fui adentrándome a cocinar más y encontrar el verdadero sentido de hacerlo, no sólo las salsas empezaron a saber más ricas, sino todo lo demás que cocinaba, entonces me di cuenta de algo, que había visto pero había pasado desapercibido a mi vista interior, lo "importante" no es cocinar, ni siquiera la receta en si, sino cocinar con amor, con pasión, con deseo de disfrutar cada bocado ya que ha sido preparado para deleitar a los sentidos y poner una sonrisa que festeja el paladar.
Y justo hoy me di cuenta de esto al estar preparando estas salsas, cuando estaba asando los jitomates y los jitomates zebra, agregando cebolla y chiles de árbol, cuando los olores empezaron a inundar el ambiente mezclándose y uniéndose hasta formar uno solo: el olor de los recuerdos, el olor de lo que una salsa pudo lograr en mi, despertar el verdadero amor por cocinar, no solo porque "debo" hacerlo, sino porque "deseo" hacerlo, una sola palabra que abarca una gran diferencia...el recuerdo del olor de la cocina de mi madre y su imagen moviéndose, preparando, probando, oliendo hasta culminar el platillo en la mesa y sus hijos comiendo lo que ella con pasión había cocinado...
En este episodio de nostalgia positiva, recordé cuantas veces he cocinado apurada o de mala gana, pensando ¡que lata! y ahora ¡qué voy a cocinar!, creo bastantes...
Sin juzgarme ni recriminarme (porqué es fácil caer en el drama), APRENDO, ACEPTO Y MODIFICO aquello que en un tiempo hice, y tal vez "funcionó", por aquello que ahora disfruto y puedo decir con júbilo: Mis salsas quedaron con ese saborcito que te hace seguir y seguir comiendo y para mi, esto, es un gran principio!